La primera piedra fue una que recogí de la calle, era grande, tanto como mis dos manos juntas a los 5 años. Era para una tarea del colegio. Debíamos llevar una piedra, la cual decoramos y transformamos en una mariquita. La piedra se volvió mariquita y fue un pisa papel de regalo del día del padre. Ahora no sé dónde está. La tengo en mi memoria, colores rojo, blanco y negro. Plana en la base y ovalada por encima.
La segunda piedra es esta pequeñita. Ana, una mujer valiente y fuerte, después de contarnos una historia de su vida sobre cómo había superado algo que solo los valientes hacen, nos regaló una pequeña piedrecita a cada una de las personas que escuchamos su historia, y nos dijo: "Para que no me olvides te regalo esto, así cuando estés pasando por un momento muy difícil en tu vida, toma la piedra y recuerda a Ana, si ella supero lo suyo tu puedes con lo que estas pasando". Lo mejor es que funciona, luego de ese encuentro he tenido algunos momentos en los que creo que no seré capaz, tomo la piedra y pienso en Ana. Sigo adelante.
Tercera, un puñado de piedritas. Éstas me las regaló una gran amiga. Un día me entregó un pequeño cesto con las piedritas y me dijo: "para que nuestra amistad tenga bases sólidas". Creo que su acto funcionó.
Cuarta. Piedra de mar. En mi último viaje al mar, me encontré con muchas piedritas blancas, preciosas, de una suavidad y delicadeza que enamoran. Empaqué algunas y ahora las tengo conmigo, recordándome la fuerza del mar, mi propia fuerza.
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