Hace algunos años conocí a un chico, era todo azul. No es que usara ropa color azul, si no que él mismo era de color azul. Mi amigo azul usaba unas gafas grandes con un marco negro, que le daban a su rostro una imagen de estudioso, su cabello siempre estaba desorganizado y su ropa era más grande que él. Parecía esconderse del mundo, evitaba siempre que la gente se percatara de su color.
Mientras yo le contaba sobre mis colores lo miraba largamente, y día a día esperaba verlo llegar de otro color, sin embargo esto nunca sucedía. Él siempre azul, azul constante. Y aunque su color no cambiaba, de sus manos salían y salían colores y figuras que plasmaba en trozos de lienzo. A veces me regalaba pequeñas mariposas que parecían aletear sobre el papel.
Un día mi amigo azul empezó a pintar un enorme lienzo. Los pinceles danzaban al ritmo mágico de sus manos, con cada trazo aparecía un nueva figura, un tono, una mano, amarillo, un pie, naranja, un cielo. Hasta que de pronto esta danza mágica paró y mi amigo azul me miró profundamente, puso todos sus pinceles en una caja y me los entregó diciendo que yo debía terminar de pintar el lienzo. Yo le explicaba que no sabía como hacer danzar los pinceles, que no tenía idea de mezclar colores y que las formas que salían de mis manos no correspondían con ninguna forma conocida, eso no le importó. Lo empaco todo y se marcho.
Día tras día contemple el lienzo, el temor de dañarlo impidió que mis trazos lo tocaran. Mezcle cientos de colores en una pequeña tabla, sin atreverme a poner ninguno de ellos sobre el lienzo. Muchas formas y figuras aparecieron en mi cabeza por esos días, sin que ninguna de ellas lograra posarse con éxito en el lienzo. Ayer guarde tristemente los pinceles en la caja de madera, recogí el lienzo y me dirigí a la casa de mi amigo dispuesta a devolverle todo.
Al llegar me sorprendí al encontrarlo de color azul petróleo, un azul tan oscuro que temí no volver a ver a mi amigo nunca más. Llore junto a él, pedí al cielo que transformara su color, que el mismo azul de siempre apareciera en su cuerpo. Mientras lo miraba me daba cuenta que poco a poco su azul parecía fundirse con su sombra. Temerosa abrí la pequeña caja con pinceles y pinturas que él me dio y lentamente, susurrando la canción mágica que él me había enseñado, fui trazando nuevos colores sobre su cuerpo, un poco de naranja en sus mejillas, un suave rosa en sus manos, café sobre sus cabellos, rojo alegre en sus labios, mágico azul sobre sus ojos, y tan suave como lo tocaba con los pinceles comenzó a dibujarse una sonrisa sobre su boca.
2 comentarios:
¡Hey! que bueno verte por aquí de nuevo. Este cuento me encantó, es hermoso.
Oiste Antonia, no sé de donde, pero tu nombre me suena como conocido... :)
Hermosa la instalación que sirve de cabecera al blog. Y por ahí chismosiando me encontré las fotos de la exposición en la que participaste... tan pinchada vos.
¡Enhorabuena! (como dicen por estas tierras).
Abrazos.
Publicar un comentario