Una danza permanente que conecta el cielo y la tierra, eso somos nosotros los humanos. Danzantes que unen dos mundos y que no pueden pertenecer por completo a ninguno de ellos, siempre buscando el perfecto equilibro entre el espíritu y el cuerpo, sin ser tan etéreos como para desaparecernos, ni tan pesados que no podamos elevarnos un poco.
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